Resumen
Mi viaje en la interpretación del patrimonio comenzó siguiendo las enseñanzas de los textos que sobrevolaban la red de maestros como Jorge Morales, Marcelo Martín y Francisco J. Guerra “Nutri”. Lo primero que me enseñaron fue a cuestionármelo todo, incluso sobre lo que ellos mismos profesaban, para luego volver a construir algo; aunque aún hoy en día no sé muy bien el qué. Un poco anticuado, pero el método cartesiano de duda y de reducción conceptual de las ideas funcionó de forma reveladora. Empecé a comprender numerosas ideas e inquietudes que me habían perseguido a lo largo de los años sin saber por qué. El cogito que se desprendió de su velo consistió en entender que la molécula que desató el Big-Bang cerebral primigenio en mi mente consistía en convertir mis conocimientos humanísticos en herramientas y competencias para seleccionar y diseñar medios interpretativos, elaborar mensajes interpretativos y compartirlos. Lo único que no tenía muy claro era “qué” y “a quién”, pero sí “por dónde” empezar: por los museos.
Pero si cuando comencé a interesarme por la interpretación de las obras de arte durante mi formación universitaria desde un punto más, digamos, teórico, y acabé en la interpretación del patrimonio… con los museos no fue diferente. De los museos de bellas artes –arte contemporáneo, concretamente– terminé absorbido por la museología social y comunitaria en mi formación de postgrado.