La interpretación del patrimonio en el museo, en diez palabras
Resumen
El museo. Tan legendario que su significado se pierde en el tiempo efímero contemporáneo. Tan caduco que necesita continuamente renovarse. Si no lo hace, se convierte en un espacio donde las musas y las musarañas (Dujovne, 1995) comparten tardes silenciosas entre un tumulto de «cosas» congeladas (Valery, 2005 [1923]). Espacios defenestrados por los imaginarios heredados de élites que poco a poco vieron caer sus torres de marfil, sus tronos de poder. Instituciones ucrónicas (Deloche, 2010) que desde mediados del siglo XX han sido el azote de la ineficaz democratización de la cultura, de la incapacidad de la democracia cultural de las políticas públicas, y de la implacable e irresistiblemente fértil y banal consumocracia (Lago, 2009: 134). En definitiva, y como ya apuntaba Araujo hace casi un siglo, en pocas instituciones sociales y culturales han recaído todos los posibles calificativos –más negativos que positivos– como en los museos (Araujo, 1934).