Un monte con lagartijas

Autores/as

  • Rolando A. Rodríguez Bueno Varadero, Cuba

Resumen

Éste es el primero de una serie de artículos con los que pretendo abordar desde mi experiencia práctica –lo que te puedo contar de 12 ricos años–, la aplicabilidad de las nuevas tendencias comunicacionales en el complejo proceso de la interpretación del patrimonio, su internalidad y externalidad.  

A un estudioso de las formaciones vegetales “un monte con lagartijas” puede parecerle una nomenclatura algo naïve, pero válida para focalizar un polígono de investigaciones. Tal es el caso de “un monte seco con abundantes cactáceas” para describir la fisonomía de un grupo de plantas que corrieron la suerte de nacer próximas al mar, en una región con bajos niveles de precipitación, escaso suelo y un cimiento rocoso, que a duras penas deja crecer sus raíces en la vertical, como explica el “geotropismo positivo”. Gracias a las oquedades de la roca o a esa potencialidad adaptativa de crecer en la horizontal, estas raíces garantizan estabilidad a diversas plantas con flores, también espinas, frutos bien saboreados por los animales y qué decir de algunos cactos que comparten el aniversario de la llegada de Cristóbal Colón a Cuba.

Cierto es que cada campo de estudio estructura su propio lenguaje. Existen nomenclaturas tales como “Matorral xeromorfo costero” o “Bosque siempreverde micrófilo”. Y cierto es también que el matorral o monte del que hablamos abriga a cientos de aves que vienen del norte, otras típicas cubanas, y lagartijas, algunas de ellas con “marca de origen”; además de  otros signos naturales y culturales. El público no especializado, al margen de estas nomenclaturas, puede expresar: “…a los montes verdes…” –tal como en un cuento infantil al referirse a un destino añorado–. Otros pueden de manera peyorativa decir: “…eso es (solamente) un monte con lagartijas”. 

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